
Un tesoro oculto en Zaragoza: la Iglesia de San Carlos Borromeo
En el corazón del casco histórico de Zaragoza se encuentra la Iglesia de San Carlos Borromeo, un templo que forma parte del Real Seminario homónimo. Su fachada exterior, sobria y de ladrillo, no anticipa la riqueza decorativa que aguarda en el interior. Este contraste, característico del barroco, refuerza su condición de monumento singular dentro del patrimonio aragonés.
El origen del complejo se remonta al siglo XVI, cuando la Compañía de Jesús fundó en 1547 el Colegio de la Inmaculada. En 1574 comenzaron las obras de la iglesia, dirigidas por el hermano Pedro de Cucas, tras derribar una capilla previa. El edificio se levantó en un solar de especial interés histórico, ya que allí se ubicaba la antigua sinagoga mayor de la judería zaragozana.
La historia del templo dio un giro en 1767, cuando Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas. El colegio pasó a convertirse en Real Seminario Conciliar y recibió el nombre de San Carlos Borromeo en honor al monarca. No fue solo un cambio administrativo, sino también simbólico, ya que reforzaba la autoridad de la Corona frente a la influencia de la orden.
El edificio también está vinculado a la literatura. Durante su etapa jesuita, residió en él Baltasar Gracián, figura clave del Siglo de Oro español, lo que otorga al conjunto un interés cultural añadido.
Arquitectura y valor artístico del templo
La Iglesia de San Carlos Borromeo conserva una planta de nave única con cabecera poligonal y diez capillas laterales comunicadas entre sí. Aunque responde al estilo renacentista aragonés, destaca la presencia de bóvedas góticas, una rareza que ilustra la continuidad de tradiciones constructivas en la región.
El aspecto que hoy más sorprende al visitante se debe a la redecoración emprendida entre 1723 y 1736 por el jesuita Pablo Diego de Lacarre. Bajo su dirección, el templo adquirió un interior barroco-rococó que aún se conserva de forma íntegra. Esta ornamentación, con abundancia de dorados y policromías, no se perdió pese a los daños que sufrió la ciudad durante los Sitios de Zaragoza, lo que convierte al templo en un valioso testimonio histórico.
El retablo mayor, dedicado a la Inmaculada Concepción, constituye el núcleo devocional del templo. Realizado entre 1723 y 1725, reúne esculturas policromadas de gran expresividad, con figuras de santos y religiosos jesuitas. Su ejecución refleja tanto el fervor mariano como el ideario de la Contrarreforma.
Entre las capillas, destaca la de San José, construida por los Duques de Villahermosa en el siglo XVII como panteón familiar. Allí se conservan seis lienzos de Vicente Berdusán, pintor navarro-aragonés cuya obra influyó en la posterior decoración del templo. La iniciativa de esta familia nobiliaria sirvió de inspiración para el hermano Lacarre, que extendió ese lenguaje artístico al resto del conjunto.
Hoy, la iglesia mantiene un acceso limitado al público, habitualmente en horario de culto. Su visita ofrece la oportunidad de recorrer un espacio donde confluyen historia, arte y espiritualidad. Para quienes se acercan a Zaragoza, constituye una parada esencial para comprender la riqueza cultural de la ciudad.